En épocas de crisis, tanto políticos como empresarios saben que lo único que puede salvarles es ablandar el lenguaje a la hora de dar malas noticias. El discurso político es de todo menos inocente. No olvidemos que el lenguaje es la herramienta de persuasión por excelencia y los políticos hacen buen uso de ella dándole un matiz retórico, elaborado y estudiado al milímetro a la hora de tratar temas delicados. Nos vendría al dedo mencionar la famosa frase de Wyoming al comienzo de su programa para hablar de los eufemismos: “Ya conocen las noticias, ahora les contaremos la verdad”.
Esa forma de edulcorarnos la realidad para que nos la podamos tragar más fácilmente, ese lenguaje ambiguo con el que se responde a todo sin decir nada y que solo confunde al ciudadano tiene como principal objetivo la manipulación y el control de la opinión pública.
William Golding, el autor de El Señor de las Moscas ya lo decía: “Hay que reivindicar el valor de la palabra, poderosa herramienta que puede cambiar nuestro mundo aún en esta época de satélites y ordenadores.”
A nadie le gusta escuchar la palabra “crisis” así que “desaceleración” rellena mucho mejor el hueco. Tampoco vamos a escribir sobre “fuga de cerebros”, pondremos “movilidad exterior” que suena hasta apetecible. “País subdesarrollado” es una expresión muy cruda y se sustituyó por “tercer mundo” pero acabó teniendo connotaciones peyorativas y actualmente se emplea “países en vías de desarrollo”. Nos crea un sentimiento de rechazo leer algo sobre el “desalojo forzado de los indios americanos” pero no nos parece dramático si escuchamos “reubicación de los nativos”. Nos llevamos las manos a la cabeza si leemos que se ha llevado a cabo un nuevo “desahucio”, pero seguimos como si nada si leemos que se realizó un “procedimiento de ejecución hipotecaria”. Y no me digáis que “servicio de inteligencia” no queda mucho más cool que decir espionaje puro y duro.
La sustitución léxica se puede ver casi en cada frase cuando se tratan temas bélicos para evitar, precisamente, la crudeza inevitable de dicho discurso. En ellos, no escucharemos hablar de muertos o víctimas civiles sino de “daños colaterales”. Vemos como cualquier discurso pasa por una especie de filtro para hacerlo “adecuado” al público. Y sí, aquí “adecuado” sería un eufemismo de “no alarmante”.
El eufemismo es una manera de evitar esas verdades incómodas o esas palabras tabú que generan rechazo o están fuertemente arraigadas a determinadas connotaciones e incluso ideologías. El profesor de sociología del Morningside College de Iowa Geoff Harkness, calificó la “N-word” como “la palabra más cargada de sentido en la lengua inglesa”. Es una palabra que representa la terrible historia de segregación racial de Estados Unidos. En boca de un blanco, es un vocablo tremendamente ofensivo. Muchos fueron los ofendidos cuando una editorial decidió suprimir las 219 veces que sale esa palabra en uno de los grandes clásicos de la literatura norteamericana Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain. La carga simbólica de esa palabra es tan grande que solo te recomiendo usarla si eres rapero o si te da igual que medio mundo te critique.
Margaret Thatcher sería la reina del DIY en Pinterest con sus políticas para crear una Gran Bretaña autosuficiente y se ganó su mitiquísimo apodo de La Dama de Hierro cuando no le tembló el pulso a la hora de subir los impuestos y de encararse con los sindicatos. Y es que, además de dura fue creativa cuando acuñó el término “capitalismo popular” que en resumidas cuentas era suprimir los sindicatos, reducir salarios y llevar a cabo una desindustrialización masiva (eliminación de gran parte de la actividad industrial) con el tremendo coste social que conllevaría. Al parecer lo único que no era un eufemismo de la Thatcher era su apodo.
No seamos duros solo con los políticos, la manipulación del lenguaje la hemos empleado todos. Pensemos en el día en el que nos daban las notas en el colegio y como al llegar a casa decíamos “he aprobado 5” para desviar la atención de los 4 suspensos. De pequeños no nos dábamos cuenta, pero lo hacíamos inconscientemente para mitigar ese efecto negativo que iban a tener las calabazas. Es mejor decir que alguien entra en la “tercera edad” que llamarle viejo o decir que “ha pasado a mejor vida” para evitar decir que la ha palmado.
La manera de presentarnos la información o los hechos masticaditos para que nos resulte “fácil” digerirlos no es algo que nos pille por sorpresa y, como hemos visto, no es exclusivo del ámbito político. Pensemos en ese anuncio de la inmobiliaria donde te dicen “en una zona activa” en vez de “ruido a todas horas”, “cocina con personalidad” para no poner “cocina vieja de cojones”, o “piso acogedor” en lugar de “diminuto”. Al fin y al cabo, maquillar la verdad también es un arte.
Si, por lo contrario, cargo un discurso de expresiones deliberadamente despectivas y ofensivas entonces estaré empleando los disfemismos.
Lamentablemente, Donald Trump es famoso por muchas cosas y una de ellas son sus tuits. Frases cortas, directas, con un vocabulario sencillo y repetitivo y con un gran uso de intensificadores para demostrar el fervor y el patriotismo que siente. Que quede bien claro que no hay nadie más patriota que él. Trump intenta ser el Capitán América, pero se queda en una versión cutre y rechoncha de Patriota de The Boys. El problema es que ambos son ficticios, pero Trump no. Trump representa ese chauvinismo americano en estado puro, esa creencia narcisista de pensar que lo propio de un país o de un individuo es mejor que el resto, así sin más. Él es la cara real de la América profunda y eso, para muchos, es una verdad tan incómoda como dolorosa. ¿Y qué hace una persona que se considera superior a los demás? Pues sí, menospreciar a todo aquel que no opine igual.
El estilo del lenguaje en el discurso de Trump es incendiario, ofensivo e intolerante hacia todo aquel con una ideología distinta a la suya. O sea, en resumidas cuentas, como cuando no tienes nada con lo que contestar y haces meh meh meh. La típica pataleta de niño de colegio que acaba con un rebota, rebota y en tu culo explota. Puede que las hipócritas artes diplomáticas del eufemismo sean demasiado complicadas para él. Si no puedes make America great again pues make America hate again.
Y que he querido decir con todo este rollazo, pues que las palabras tienen una notable influencia en nuestra sociedad así que prestemos mucha atención a qué nos dicen y cómo lo hacen. Recordemos siempre lo que dijo el filósofo francés Michel de Montaigne, la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha.